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viernes, 2 de marzo de 2012

LA HISTORIA DE LOS OMEGA-3


Publicado el 20 Enero 2010
Historia de los omega 3
1923 : Descubrimiento de la Vitamina F
En 1923, los científicos estadounidenses Burr y Evans descubrieron que cuando se priva a ratas de ácidos grasos poliinsaturados, aparecen muchos transtornos. Entonces nació la noción de ácidos grasos indispensables. Evans, que había trabajado sobre la Vitamina A, denomina estos ácidos grasos poliinsaturados Vitamina F porque son sustancias indispensables para el funcionamiento del organismo, pero el organismo animal no sabe fabricarlos.
1930 : Diferenciación entre omega 3 y omega 6
Un poco más tarde, Burr descubrió que en caso de carencia en linoleico, el aporte de alfalinolénico no restablece la situación, y viceversa. Entonces no hay una Vitamina F, sino dos familias de ácidos grasos esenciales: los omega 3 derivados del ácido alfalinolénico y los omega 6 derivados del ácido linoleico (todos estos ácidos grasos deben el prefijo “lin”, a la semilla de lino de la cual se extraen, Burr y Burr 1929; Burr y Burr 1930).
Desde entonces, el interés de los investigadores por estos ácidos grasos se ha acrecentado y los descubrimientos se han multiplicado. Para ilustrar este fenómeno se pueden contar más de 500 referencias bibliográficas desde 1930.
Los años 1980: la epidemiología
Las primeras observaciones que ponen en evidencia la relación entre los omega 3 y las enfermedades cardiovasculares fueron realizadas en los años 70. La ausencia de problemas cardiacos en la población esquimal orientó a un epidemiólogo danés sobre la pista de los omega 3 del pescado (Kromann y Green, 1980). Efectivamente, los esquimales de Groenlandia, que consumen muchísimos omega de cadena larga (EPA, DHA) a través del pescado, foca y grasa de ballena, no conocen el infarto; por el contrario, los que han emigrado a Copenhague tienen los mismos problemas que sus vecinos daneses (Bjerregaard and Dyeberg 1988).
Más tarde, la investigación de los “7 países” reveló la originalidad de la dieta cretense; incluye varias fuentes de omega 3 y parece estar relacionada con la esperanza de vida récord de la población de la isla. Otros datos sugieren además que la longevidad de los japoneses también se debe a su alto consumo de colza, soja y pescado (Hirai, Terano et al., 1989; Kagawa, Nishizawa et al., 1982).
1982: Premio Nobel: el papel de los eicosanoides
El padre de estos descubrimientos fué J. Sinclaire.
Burr y Evans habían demostrado los efectos de la carencia de aporte de ácidos grasos esenciales. Sin embargo, los suecos Bergstrom y Samuelssom y el británico Vane, ganaron el Premio Nobel 1982 por la explicación de la relación entre el déficit de aporte de ácidos grasos esenciales y los síntomas de dicho déficit. Estos científicos demostraron el papel central de los eicosanoides en el organismo; estas moléculas con efecto “hormonal”, mediadores celulares como las prostaglandinas, las prostaciclinas, los tromboxanos, los leucotrienos, que regulan la inmunidad, la agregación plaquetaria, la inflamación, etc.
Todas estas moléculas tienen un punto en común: todas se fabrican a partir de dos precursores que son los ácidos grasos insaturados omega 3 y omega 6.
Los años 1990: la clínica
La epidemiología ha permitido elaborar “la hipótesis omega 3″. Los estudios clínicos de los años 90 corroboran definitivamente esta hipótesis. Estos estudios argumentan el aporte de omega 3 en poblaciones con riesgos cardiacos (Burr, Gilbert et al., 1989 (DART); Marchioli, Bomba et al., 1999 (GISSI); de Lorgeril, salen et al., 1994 et 1999 (Lyon)).
Los años 2000: la salud mental
El campo de aplicación de los omega 3 ya no se limita al tema cardiovascular. Después de estudiar animales, se han realizado estudios en poblaciones humanas y el uso de los perfiles de ácidos grasos de sangre en los pacientes muestra que una tasa elevada de omega 3 en estos tejidos está correlacionada con la reducción de la frecuencia de algunas enfermedades mentales como la depresión o neurodegenerativas como la enfermedad de Alzheimer. Estas observaciones se confirman después mediante estudios clínicos que resaltan el papel central de los ácidos grasos poliinsaturados en el funcionamiento del cerebro.

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